María Cerrato, la primera veterinaria española.

Veterinaria

A diferencia de su predecesora inglesa Aleen Cust, María Josefa Cerrato (Badajoz, 1897-1981) no tuvo que matricularse con un nombre falso para poder acceder a la carrera de Veterinaria. Un permiso especial expedido en 1923 por el Ministerio de Instrucción Pública fue, en su caso, el salvoconducto que le permitió sortear la prohibición que impedía a las mujeres cursar esos estudios en la España de aquel entonces. Hija y nieta de veterinarios, convertirse en la primera española en obtener ese título no fue una meta que estuviera siempre en sus planes. Así lo aseguran María Castaño, catedrática de la Universidad Complutense de Madrid, y su hija Ana Rodríguez, miembro del Cuerpo Nacional Veterinario.

Desde hace años, ambas estudian la incorporación de la mujer a un oficio que su familia desempeña desde hace siete generaciones. «Descubrimos la figura de María Cerrato porque el círculo de alumnos de Veterinaria en la época en la que terminó la carrera mi madre, que es quien inició esta investigación, era muy pequeño. No fue complicado llegar a ella. De hecho, su expediente se conserva intacto en Córdoba», asegura Rodríguez. Las brillantes calificaciones con las que finalizó sus estudios Cerrato, que también cursó solfeo, Magisterio y Farmacia, incluyen matrículas de honor tanto en Histología Normal y en Anatomía Descriptiva como en Técnica Anatómica y Embriología y Teratología. Así aparece reflejado en la publicación Primeras mujeres veterinarias en España, firmada por Castaño.

Dicho documento plasma cómo Cerrato, en 1924, decidió matricularse en la Escuela Especial de Veterinaria de Córdoba alentada por su padre, que regentaba un herradero. «Los emolumentos de un profesional de la época podían llegar a unas 1.000 pesetas al año, pero regentar un establecimiento de esas características subía más de un cero la nómina. Y era compatible», expone Rodríguez. «En aquel momento, para tener un herradero, éste debía contar con su propio veterinario. Cuando María vio que su hermano no sería capaz de estudiar la carrera, decidió hacerlo ella, pese a que, en realidad, lo que quería era ser boticaria». Por ese motivo, tras obtener el título en 1925 y colegiarse un año después para ejercer de inspectora municipal veterinaria en Calamonte, también trabajó como maestra y regentó una farmacia en dicho pueblo de manera simultánea.

«Ella no fue consciente de que estaba siendo una pionera. Sólo lo fue cuando, ya en los años 80, le comenzaron a hacer homenajes en el Colegio de Veterinarios de Badajoz», prosigue Rodríguez. Fue precisamente en esa década cuando se produjo un cambio en la tornas que Casado refleja en su investigación. Si en 1945 tan sólo una alumna se matriculó en la Universidad Complutense de Madrid para estudiar Veterinaria frente a sus 731 compañeros varones, en 1985 se matricularon 1.807 mujeres y 2.162 hombres. A partir de ese año, las mujeres matriculadas en esta facultad no han dejado de superar en número a los hombres. Hoy representan cerca del 80% del alumnado.

«Se dice que la revolución de la profesión llegó con la incorporación de la mujer, pero yo pienso que eso es un reflejo del vuelco que experimentó la Veterinaria cuando pasó de ser una profesión de castradores y herradores a ser una facultad, tras el Plan de Estudios de 1947», argumenta Rodríguez. «La mujer entra en la profesión cuando empieza a entenderse que podemos hacer algo más que herrar, castrar y acompañar a los reyes en las guerras con la infantería. Que podemos curar animales y estar en laboratorios. Hoy tenemos compañeros en ámbitos como la investigación o la industria farmacéutica. La Veterinaria ha ampliado su ámbito más allá de los grandes animales. Además, antes era un oficio que pasaba del padre al hijo. Hoy, en cambio, prácticamente ya no existen sagas».

Con los ojos puestos en el presente, lamenta «las puertas que quedan por abrirse» a sus compañeras, «al igual que sucede en tantas otras profesiones». Es por eso por lo que remata su relato con una anécdota: la de la primera mujer que, tras terminar sus estudios en 1971, abrió una clínica veterinaria para pequeños animales en Madrid. «Cuando llegó el primer cliente al local y preguntó por el veterinario, al descubrir que se trataba de una mujer, salió del establecimiento con la excusa de ir a buscar al perro a su coche. Nunca volvió». Sin embargo, eso no impide que encare el futuro con optimismo. Por eso, cuando se le pregunta qué habría ocurrido si Cerrato no hubiera sido la pionera que llegó a ser, Rodríguez simplemente responde: «Si no hubiera llegado ella, habrían llegado las demás».

https://www.elmundo.es/vida-sana/bienestar/2018/10/18/5bc5f273e2704e764b8b45b3.html

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